jueves, 20 de febrero de 2014

LA DESAPARICIÓN DE KIMBA

Kimba (derch), junto a Fercho, Daniel F y Pelo Madueño (fotoAvión)




LA  DESAPARICIÓN  DE  KIMBA

Hace unos días recibí la visita de dos músicos amigos míos, con los que trabajé a inicio de los 90s, David Rengifo y el Toño Ruales ‘Churro Crudo’. Con ellos, junto con otro compadre que hoy radica en Nueva York (Sandro Casas), hicimos un combo de hardcore llamado Dogma SS, con quienes hicimos las delicias de grandes y chicos en el poco iluminado circuito de punk core limeño. Y la reunión era a cuenta de que estamos en todos estos planes de editar algún material nuestro de aquellos días, material que, gracias a la precariedad de ese tiempo, nunca pudimos publicar.

Y entre propósitos y designios,  comenzamos a recordar toda esa locura de tener una banda de rock no sólo en plena era de fujimorismos, cacería de brujas y paquetazos, sino en aquella etapa de la vida de un músico, donde te comienzas a cuestionar muchas cosas, te das de cabezazos contra la pared de la realidad, y comienzas a preguntarte si todas aquellas dramáticas eventualidades, valían la pena ser sufridas.


Toño Ruales, Daniel F y David Rengifo, en los días de Dogma SS


Y una de estas eventualidades, era la de… caminar. Volvió a mi mente ese lapso de mi vida donde, sea el destino que sea, caminábamos. Sea la distancia que sea, pues caminábamos. De sólo recordar esas horas pasadas bajo el inclemente sol o envueltos en algún frío de Agosto, me comenzaron a doler las piernas y volví a hundirme en una época que (ya lo dije muchas veces) no quiero volver a pasar más en mi vida. Días que, desde la perspectiva de los mitómanos y ‘engaña muchachos’, eran días “pujantes”, “idílicos”, “revolucionarios”… cuando en realidad todo era una reverenda mierda.

Para ir a un ensayo, tomar una combi era un lujo. Agarrar un taxi, era impensable. Todos salíamos de nuestras casas con las monedas justas para hacer ‘la chancha’ respectiva para pagar la sala de ensayo y punto. Caminábamos por horas, sólo para juntarte con los compañeros y ensayar algunas canciones. La verdad, o éramos muy huevones o éramos tipos tan enamorados de lo que hacíamos, que casi podríamos llegar (todos esos conjuntos de la época) al podio de "próceres" del rock nacional.

Y haciendo todo este recuento de caminatas y viajes interminables, recordé la aventura de mi hermano Kimba. Era 1985 y Leusemia estaba en pleno fulgor. Como dirían los muchachos de ahora “la rompíamos donde chucha sea”… Los conciertos ya no eran sólo pequeñas y tumultuosas reuniones en algún patio. Eran conciertos "de verdad", Festivales donde ya podías medir fuerzas con agrupaciones más cuajadas, con equipos regulares y su respectiva cortina de luces, como para que las fotos en las revistas, salgan espectaculares. Aunque, claro, todavía seguían siendo eventos de paga diminuta y en unas condiciones muy poco respetuosas para con el músico.

Pues bien, quince días antes de un gran concierto, donde éramos una de las figuras principales, el Kimba desaparece. Los primeros dos días transcurrieron sin mucha zozobra, pues nos pareció parte de una de sus típicas evaporaciones, motivada por alguna juerga prolongada o por el tamaño del culo de la chica de turno.




Para el cuarto día, ya la cosa se puso un poco picante. Alan García estaba en la silla presidencial, y la rumorología decía que la política anti subversiva, incluía desaparecer a los artistas que le eran incómodos al régimen. Recuerden que aún no eran los días de la Internet o de la telefonía celular, y no había forma de comunicarse directamente con nadie. Para completar la fatalidad, el Kimba tampoco podía comunicarse con nosotros, porque en nuestras casas, los teléfonos fijos o brillaban por su ausencia o simplemente no caminaban por falta de pago. Así qué estábamos totalmente en vilo y a merced completa y total de la incertidumbre. Recorrimos hospitales y morgues. Preguntamos a sus amigos más encarecidos y a los cantineros más frecuentados. Indagamos entre las muchas damas que se contaban entre sus amigas… y nada.

Hasta que faltando un par de noches para la noche del concierto, los integrantes de la banda y algunos allegados, nos reunimos en el balcón de mi casa, en la Unidad Vecinal # 3, a ver qué íbamos a decidir. En eso, en medio de la conversación, se escuchan los pasos de alguien subiendo las escaleras. Volteamos para mirar, y era el desaparecido baterista de Leusemia, con 20 kilos menos, su ropa echa un asco y sus pelos como desvencijados y descoloridos banderines.

- Oye, huevón! –se escuchó en mancha-  ¿Dónde mierda has estado, cojudo?
- Por ahí… -dijo el Kimba, sin ánimo de dar mucho detalle


La cosa se puso un tanto festiva y la risa comenzó a aflorar en el barrio. El Montaña pidió que alguien se ponga unas cervezas, y nuestro amigo Edwin (de Zcuela Crrada) nos trajo unos pancitos. A mi familia y a mí, el alma nos regresó al cuerpo, y el Kimba, luego de saludar a medio mundo, entró en la casa, buscando lo que más urgía en esos momentos: tomar un baño.

Ya cuando el asunto se puso más equilibrado, le pregunté al Kimba que dónde había estado… Me miró y me dijo con una jovial expresión:

- Fui a buscar nuestras raíces….

El atolondrado muchacho se había ido al Sur, a ver si averiguaba algo sobre los orígenes de mi papá, porque cuando mi papá falleció (yo tenía 12 años), nunca hubo manera de sacarle algún tipo de información acerca de su verdadera procedencia.Con la familia de mi mamá siempre tuvimos contacto. Pero con la familia de mi papá, jamás. Mi papá simplemente enterró su pasado de manera tajante. Alguna vez dijo que era de Arequipa… Otras de Ica… y otras de Huancavelica…. y de Apurimac…. Así que el Kimba se había ido por el Sur de nuestra Patria a preguntar por los numerosos Valdivia que hay en Cusco o en Arequipa. Intentando así encontrar algún rastro, alguna pista que nos lleve a saber de dónde era el viejo Enrique que llegó a Lima en los 30’s.  El Kimba trepó camión, tiró dedo, caminó, caminó y caminó. Sobre todo eso: caminó. Y lo hizo por días enteros, sin ninguna brújula que lo guíe, simplemente orientándose por el instinto o por donde lo lleve la casualidad…


Claro, no encontró ni mierda. Pero al menos demostró ser alguien que le interesaba nuestra genealogía, una chamba que, años después, mi mamá en persona lograría coronar… Pero esa historia es otra historia, y se las contaré… otro día.          





miércoles, 19 de febrero de 2014

MUERTES QUE MARCAN LA VIDA



MUERTES QUE MARCAN LA VIDA

Nuestra relación con el mundo animal, siempre ha sido el de mirarlas como un peligro, como una plaga, o como nuestro alimento. Hasta hace unos años, no había esa conciencia animal que ya está empezando a invadir nuestras comunidades. Las visiones sobre ese mundo, han ido variando con el tiempo. A los animales, a las plantas, ya no se les mira desde aquellas viejas perspectivas. La evolución que han tenido los grupos ecologistas, defensores de los derechos animales, etc, ha sido crucial para la evolución social de nuestra especie. Bueno, tal percepción acerca de nuestra sensibilidad hacia la naturaleza, no viaja tan rápido como quisiéramos, pero se está avanzando.

Yo recuerdo que, cuando era muy pequeño, cuando todo era en blanco y negro y el mundo giraba más lento, en mi barrio, abundaban los pericotes. Supe de casas donde los vecinos tenían que convivir y liar con enormes e imperturbables ratas. Y todo eso lo tomábamos como algo normal.  

Lógicamente, la gente, ante este peligro que implica una invasión así, abrigaba su casa con raticidas o con las clásicas trampas de contacto. Mi papá fue uno de ellos. Una vez puso trampas en la casa (esas horribles ratoneras de resorte), porque en la noche siempre escuchábamos los chillidos de los pericotes, y al día siguiente encontrábamos las bolsas de arroz o algunas verduras, con mordidas y señales que por ahí había pasado algún habilidoso roedor.  

Así que, en una de esas madrugadas… ¡tác!... cayó una… Y escuché que mi papá le dijo a mi mamá: “Sigue durmiendo, ya mañana lo botaré por ahí”… Pero de pronto surgió otro chillido que comenzó a trepanar la noche. Uno mucho más agudo e insistente.

Me levanté y fui con mi linterna para ver el origen de aquella voz. Yo pensaba encontrar a algún pericotito husmeando y queriendo comer algo… Pero lo que vi fue toda una conmoción. En medio de la oscuridad, logré dar con el punto de origen, lo ilumino… y el cuadro era de una mamá ratona muerta… y de su hijito mirándola, chillando… Y cuando el ratoncito vio que alguien lo estaba iluminando, levantó su cabeza, me miró, y siguió chillando… No huyó. No se corrió. Tenía una expresión de dolor fácilmente apreciable… Y siguió allí, lanzando esos chillidos tan agudos como atormentados.

- ¿Que cosa es? -me preguntó mi papá que también se había levantado
- Es un bebito... -le dije-  está mirando a su mamá muerta... 

Mi papá se quedó mudo. No dio un paso más. Solo me dijo que apague la linterna y que me vaya a dormir. Y así lo hice. Apagué mi endeble candil de pilas, y dejé al pobre bebé roedor llorando su espantosa pérdida. Me regresé muy sigilosamente a mi cama, pero lo hice con una visión totalmente distinta del mundo animal. No eran “cosas”… No eran juguetes sueltos de plástico, sin alma, sin corazón o carente de emociones… Eran (son) criaturas increíblemente tanto o más sensibles que las personas (que muchas personas que conozco), con mayores habilidades y con un valor sin límites.   

El llanto prosiguió por casi toda la noche. Y creo que esa madrugada nadie durmió. Yo veía a mi papá en su cama, en la oscuridad, con los ojos abiertos, como si, al igual que yo, recién hubiera descubierto que éramos parte de un crimen, de un abuso completo y total ante seres tan indefensos que solo estaban buscando algo para comer. El lío está en haber tenido que aprender semejante lección de mundo, de manera tan estremecedora y cruel; de cómo tuvo que haber un muerto en la casa, para recibir tan tremenda lección de vida.   

Demás está decir que, en mi hogar, mi papá nunca más puso trampas ni venenos. Y no volvimos a hablar más del asunto. Y también coincidió con la llegada de nuestro primer gato, suceso que fue suficiente para que toda la familia ratuna se mude a otro barrio.

Bueno... no todos los gatos son garantía de que espantarán roedores



martes, 18 de febrero de 2014

SE SALVÓ POR UN PELO


SE SALVÓ POR UN PELO

En los 80’s, la cosa era caminar a machete entre los “peinados raros” y toda esa onda punky fashion que había entrado con fuerza a través de –como no- la prensa de espectáculos y las revistas de moda. Uno tenía que soportar que haya tipos que metan en un mismo saco a Lene Lovich con Madonna, o Joy Division y Killing Joke, con calambres como Sigue Sigue Sputnik. Los Sex Pistols, si bien ya no existían ni significaban mucho para el resto del mundo, para mi eran mis nuevos Pink Floyd o los nuevos Bob Dylan. La teníamos clara. Menos mal.

Era 1984 y, como banda (como Leusemia), ya estábamos con un año a cuestas. Habían sido más de 12 meses donde la pasamos bacán y todo, pero aún no habíamos organizado un concierto personal. ¿Si organizábamos un concierto, alguien vendría? ¿Habrían servido esos 12 meses de tocar en todos lados y en inimaginables condiciones, y saber si lo que estábamos sembrando, iba a dar frutos?  Todas nuestras presentaciones habían sido como invitados, sin paga ni preferencias, y con bandas no muy afines a lo que estábamos tratando de comunicar.

Hasta que hicimos empalme con un muchacho cuyo padre era dueño de un pequeñísimo local en el Pasaje los Pinos, Miraflores, el New Carnaby, un sitio perfecto para una oscura tocada de rock and roll. Este pasaje Los Pinos, en esos días, era muy conocido por ser uno de los puntos de enlace con lo que sucedía afuera en materia de música. Allí estaban Sound Mixer y Net Seven Records, tiendas donde estaba lo último en materia de New Wave, Hardcore o punk clásico. Por esa zona de Miraflores también recuerdo el Mega Discos y Grabaciones Accidentales, puntos cruciales para poder conocer lo que ocurría en otras esferas y no sentirte tan geográficamente postergado.

Los Masacre en aquellos días
En fin, contactamos a 3 bandas a ver si podían ser nuestros soportes: ERGO (una banda de amigos míos, de corte liviano y comercial), MASACRE (los mismos metaleros que hoy conocemos y amamos) y NARCOSIS, en una de sus primeras formaciones, donde Wicho todavía NO figuraba. Era una combinación que me parecía la más correcta, donde se mostraba el trabajo de jóvenes conjuntos provenientes de distintos rincones, de todos los colores y no de un único estilo o de una zona en particular.

El recital (presentado con rimbombancias y errores típicos de la época, como ponerlo como ‘Fiesta Punk’ o tipear Leusemia con “Z”), transcurrió de manera tranquila y sin tropiezos. Se acercaron algo así como 80 personas, lo cual, en esos días, era un éxito tremendo! Y ya cuando la cosa había finalizado, y la gente estaba en plan de baile, un par de policías irrumpen en el pequeño local y lanzan sus acostumbradas bravatas... “Ahorita vengo con un camión y me los cargo a todos!”, bramó el alférez. Y, bueno, algunos amigos, con mucha más calma que sobresalto, comenzaron a salir. Yo estaba con el Kimba al costado de la puerta, viendo el instante y respirando un poco de frescura, porque adentro era un horno (si saben de lo que hablo).

Hasta que a una distancia regular, en el pavimento, vi un extraño bulto… Era un paquete de forma humana que yacía extendido a mitad del pasaje. Le pasé la voz al Kimba y nos acercamos muy disimuladamente hacia el inexplicable relieve. Y nos dimos con la sorpresa que era el baterista de NARCOSIS…Era el Pelo Madueño, tirado en la pista, durmiendo su embriaguez redoblante, como si nada pasara.

- Ohe, Pelo, levántate, tío… la policía se va a llevar a medio mundo
- Aaah?...
- Que la policía te va a recoger como estiércol, compadre….
- Aaah?...

El Pelo estaba más allá que acá. Así que, con mi hermano, lo levantamos, lo cargamos por unos metros y lo pusimos a buen recaudo. Llamamos a sus compañeros y amigos de banda (el Gallo, el Fercho y otros), y se lo llevaron, sino, podría haber acabado como uno más de los tantos desaparecidos en plena democracia Belaundista. Creo que el Pelo se salvó por un pelo…

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Ya por estos días, en este nuevo siglo, cuando le dije al Jorge Pelo Madueño que contaría esta historia, el Pelo, con el humor que lo caracteriza, me dijo “Ya, dale, hermano. Y no escatimes detalles y cuéntalo todo, todo!”…. Lógicamente “todo” no se puede contar, pero a partir de esa singular contingencia, la amistad con este talentoso hijo de la música y de la actuación, mantendría su desquiciada cordura entre tanta locura que existe en este manicomio nuestro de cada día. ¡Salud, Pelito!  

Daniel F y Jorge Pelo Madueño, 30 años después de aquel suceso de 1984

lunes, 17 de febrero de 2014

¿Sabe a qué hora llegará el Sr. Brizado?





“¿Sabe a qué hora llegará el Sr. Brizado?”


Este relato, de irrecusable tinta ochentera, lo publiqué (junto con otras historias) en un libro que salió en el 2009, titulado “Manuscritos desde una Calle Vedada”. Lo reproduzco acá, a propósito de la anterior historia, la de Churly, con quien seguramente, hay más de un parentesco.


Las puertas de aquel Colegio de Comas, se abrieron para dar paso al gentío que pugnaba por entrar. Era 1984 y con Leusemia tocábamos en cuanto evento se presente. Bingos, verbenas, festivales fuleros, recitales de mala muerte. Todo era bienvenido. Necesitábamos crecer y desarrollarnos. Todavía no había movida Subte, ni había Narcosis, ni mancha ‘leusémica’. Nuestros solitarios primeros pasos en aquellos días de auroras y nacimientos, eran todo un chongo, pero también eran un peligroso paseo por campos minados.
 
Los equipos del evento están malísimos, los grupos cantan en lenguas sajonas y pavonean sus poses como si la escena se estuviera dando en California o Londres.  Toda una caricatura de empaques, plástico y lentes oscuros de media noche. Mientras tanto, en la Sierra, las matanzas continúan y encuentran las fosas comunes de Pacayacu, con 49 cadáveres, quienes habían sido reportados como ‘detenidos por la policía’. Por otro lado, un nuevo grupo sedicioso hacía su aparición: el MRTA.  


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Está sonando el último grupo, una horrenda banda que estaba haciendo añicos al pobre de Robert Plant y Co.  Porque eso si, requisito crucial era que te sepas ‘los más grandes éxitos’ de Led Zeppelin, como también de ACDC, Kiss, Grand Funk Railroad, Queen, Doors… Cosas de las cuales, siempre nos burlamos.

Las bandas de todas las tiendas se confunden entre los laberintos del festival. Los amplificadores solían sofocarse a media actuación, teniendo que dejarlos así, apagados por un buen rato y vueltos a prender a ver si volvían a funcionar. Mientras tanto el conjunto solo se tenía que limitar a encogerse de hombros y mirarse entre ellos. Los grupos alquilaban instrumentos para poder tocar. Los productores de los eventos, unos deshilvanados bribones holgazanes que no tenían la menor idea de lo que era el rock o la emoción que este podía despertar, solían ser muy parlanchines a la hora de invitar a las agrupaciones, pero luego, a la hora de ‘cumplir’ con los grupos, brillaban por su ausencia. En más de una ocasión, alquilamos guitarra y bajo en el conocido ‘hueco’ del Sr. Sifuentes y al final NO tocábamos. Gajes del olvido.

Pero al menos, en esta oportunidad, nosotros ya habíamos tocado muy temprano (casi sin gente), pero nos quedamos porque queríamos ver a los formidables Kotosh, quienes tocaron un rato antes que estos imitadores de Zepp.  Muchas veces, en son de broma, decíamos que hicimos una banda de rock solo para entrar gratis a los conciertos, lo cual tiene algo de cierto, porque nosotros de verdad queríamos ver a bandas como Cimiento, Abiosis o Temporal, grupazos de la época que rara vez eran invitados, puesto que, al igual que nosotros, solo cantaban en castellano.

Atrás del escenario, entre el cotorreo de las bandas que ya habían participado, hay un conjunto de chicos muy jóvenes, con sus ojos silenciosamente agazapados y sus rodillas mirando al cielo. Están a la espera que el productor del Festival, un tal Sr. Brizado, les cumpla con lo prometido: sus pasajes de retorno a casa.  Los pusieron después que nosotros. Esto fue como a las 7 pm. Llevan ya más de 4 a 5 horas esperando.   Yo ya estaba a punto de retirarme, cuando uno de ellos se me acerca y comienza a comentarme sobre el evento, sobre los equipos, sobre lo espantoso de la banda que suena…  Me dice que son amigos de uno de los Clímax, pero que estos ya se fueron.


“Nos gusta la música. Nos gusta hacer música. Cada vez que nos metemos a ensayar, surge ‘eso’ que nadie a podido descubrir. Me gusta sentir que la vida aún tiene un propósito.  Quisiera dedicarme a esto a tiempo completo, darle una oportunidad a mí vida y a la vida de mis amigos. No queremos terminar durmiendo en las puertas de los mercados o amarrados nuestras narices a una bolsa de terocal”.


 Era  uno de esos muchachos que nunca más vería en mi vida. Sus ojos denotaban unas ganas inmensas de estar ligado por siempre a estos perímetros de luces, decibeles fragosos y chicas revoloteantes. Llevaba una camiseta con el logo de Aerosmith y sus puños andaban enlazados como un nudo. Luego me pregunta lo que ha estado indagando desde hacía horas:


-  “¿Sabes a qué hora llegará el Sr. Brizado?”.  

- No sé  -le digo-  Pero podemos ir a buscarlo. Lo vi cuando estaba tocando Kotosh. Debe estar en su puesto de comando. 


Llegamos al lugar y el chibolo pregunta por el Sr. Brizado.  “No sé, compadrito” –responde un señor de rasgos orientales-  El tío ta’ por ahí. Debe estar con el Tanga”. 

A los muchachos de aquella banda de la cual ni el nombre me acuerdo, no les habían dado ni gaseosa. La verdad a nosotros tampoco, pero al menos ya nos habíamos asegurado nuestro regreso. Los chibolos estos estaban sin un solo ‘mango’ en el bolsillo y el ‘bendito’ Sr. Brizado no se aparecía.


“Siempre pasa eso –me cuenta- Los promotores te la pintan bacán y después se desaparecen. No te dan ni mierda. Nosotros ensayamos todos los días después del colegio. Puntuales. Luego, en las noches de fin de semana, nos vamos pa’ las tocadas. Ahorita nuestro batero tiene líos en la escuela, así que pronto vamos a extrañarlo. Su papá ya no quiere que toque en un grupo de rock. Yo me tengo que escapar de mi casa para ir a las tocadas. Y en todos lados te exigen lo mismo: ‘los primeros lugares del ranking’ y ‘los grandes clásicos del rock’… Todo es una basura. Yo quiero tocar las canciones que estamos haciendo. Algunas son en inglés, pero son nuestras! Y queremos tocarlas. Quiero tocar, hacer billete y salir de mi casa. (...) Al hermano de mi mamá lo enviaron a la morgue en una bolsa. Tenía 2 impactos de bala en la nuca. Ahora sus hijos viven en mi casa que se ha vuelto un infierno. (…) Aún así, aprendí a tocar guitarra yo solo y toco mejor que ese huevón que se cree Jimmy Page. Yo no me imagino haciendo otra cosa. (…) …Y ese Brizado de mierda que no llega.”.   


Auaka tu li beibee
Ahueca tu mi beibe
Uhaoo…. Uhaaaaaa…”


La presentación de esos “Zeppelín” que se habían apoderado del escenario, llega (al fin) a su fin. Y con ello también el Festival. Las luces se apagan indefectiblemente y la gente, como obscuras figuras de carnaval, comienza su retiro hacia las desembocaduras. La calle se puebla de todo tipo de sombras, una comparsa de enredadas siluetas donde se podía distinguir a los chicos más golpeados por el alcohol, el bambolear de las parejas y a tipos solitarios que se internaban en esa musa de la noche, en esa tibia bruma que despliega sus arterias como remos.  Los ‘plomos’ comienzan a desarmar el endeble tablado, armado en el aún más endeble colegio, de esta aún más endeble patria. Toda mi banda, mis amigos y yo, también nos vamos retirando, un poco aturdidos por el ruido, pero riéndonos por alguna de las anécdotas de la noche o por el tarado que se la pasó imitando a Robert Plant. Todos se van, menos los chicos de la banda que siguen esperando al Sr. Brizado.  En esos momentos, junto a ellos, se cruza el asistente del Sr. Brizado, el ‘Tanga’, con su amanerada pose de aristocrático del rock, acompañado siempre por su “chaleco” (aunque todos decían que era su “monta”). Uno de los muchachos de la banda le corta el paso y se apresura en preguntar:

- “Señor Tanga, ¿sabe a qué hora llegará el Sr. Brizado?”. 

- Muchachos  -le dice el Tanga-  el Sr. Brizado hace 2 horas que se fue”. 

Portada del "Manuskritos desde una Calle Vedada", ediciones KIPUY, 2009, solo en El Cityo y El Virrey